Leyendas de Sant Martí del Canigó

He aquí que el conde Tallaferro, señor del Rosellón y la Cerdaña, tenía un hijo que era un muchacho bravo llamado Gentil. Cuando llegó la edad para poder luchar, fue nombrado caballero por su tío, el conde Gifré. La Ceremonia hizo con toda la pompa y la solemnidad que se solía dar a estos actos, tratándose sobre todo de personas de tan alta alcurnia. Asistieron a él muchos vasallos del conde, sobre todo pastores y pastores de los que Paix sus rebaños por los altivas cumbres del Canigó. Entre las pastorcitas había una de una singular belleza como ninguna otra, que se llevó las miradas del joven caballero Gentil, que pronto se gustaron.

Y fue el caso de que, mientras todos tenemos derramaban gozo y alegría, en medio de las músicas de la fiesta, legaron unos campesinos, corriendo y ansiosos, hicieron saber al conde que los moros habían desembarcado en la playa de Arlés y que, reunidos en un ejército poderoso, se preparaban para entrar tierra adentro. Los dos hermanos Guifré y Tallafero, encendidos por la ira y por el afán de combatir los sarracenos y defender la tierra de la invasión de los mulsumanes, decidieron tomar las armas. Pidieron a los otros caballeros que estaban presentes en la fiesta, que hicieran tocar los cuernos de guerra por sus masías y en poco tiempo llegaron una gran cantidad de personas que salieron a parar los moros.

El joven Gentil, prendado por la mirada de la chica que la había enamorado, no se dio cuenta de nada de lo que pasaba, pues invitado por ella se había ido muntaya arriba, en medio de los prados y de los bosques. En atardecer se perdieron por entre las fraudes de la montaña del Canigó. y el mozo, poco acostumbrado a rondar por aquellos roquedales, se sintió fatigado y se durmió en los brazos de la bella pastora.

Cuando se despertó se encontró en un mundo de maravilla. Su hermosa pastorcilla se había trasformado en una Goja radiante de hermosura que a fin de hechizarlo quiso presentarse a la fiesta vestida humildemente. Ahora iba vestida con las galas que sólo podemos llevar las goges, de una riqueza y de un esplendor deslumbrante. Era la goja Griselda, reina y señora de todas las encantadas del Canigó.

Todas las hadas hicieron compañía y cortejo a su reina y llenaron de gracias y de cuidados a la joven pareja. Griselda llevó su enamorado por los palacios inmensos que poseía bajo las aguas de los estanques y el hizo pasar por las salas amplísimas, que derramaban claridad y irradiaban riqueza y donde los esperaban miles de otros goges con garras e instrumentos armoniosos que sonaban sin reposo por hacer más agradable al caballero la visita por aquellas mansiones, de las que tenía que ser muy pronto señor, si no rechazaba los esponsales con la gran reina Griselda. El joven Gentil quedó prendado de tanta maravilla y por momentos se sentía más enamorado.

A l salir del palacio real, van encontrar la magna carroza que los esperaba, toda de oro y de plata, cosida de perlas y de diamantes y tirada por siete gamos blancas como la leche. Toda una bandada de encantadas las hicieron cabalgar y encaminaron a la carroza a un hermoso viaje por todas las tierras que se dominan desde el pico más alto del Canigó, por todos los viejos condados de Cataluña y del Rosellón, por Ariège, por Aude, por Foix y la Bigorra. La carroza no tocaba el suelo. Los gamos que la tiraban eran tan ligeros, que de tanto correr la hacían volar. Por partes donde pasaban salían las encantadas que vivían, seguidas de sus grandes cortes de Vasallo, y los saludaban, embelesadas de tanta belleza y magnificencia.

Gentil, hechizado de amor, se dispuso a continuación a casarse con el encantada Griselda, sin acordarse de los suyos ni de que acababa de ser nombrado caballero; tampoco llegó a saber que los moros con una gran nave trataban de apropiarse del país.

Las encantadas hijas y vasallas de Griselda, al son de clarines y de cuernos, difundieron la nueva de la boda del caballero con la reina de las aguas dulces del Canigó. Todas las demás hadas se dispusieron a honrar su compañera en ricos presentes: la Goja de Lanós, la de Ribes, la de Carançà, la de Engolasters y todas las demás de los estanques del ancho Pirineo. La una le hizo presente del anillo; la otra, del manto, la otra, de la corona y de la flor de azahar. toda la montaña se vistió de fiesta para celebrar la magna ceremonia de la boda.

Y he aquí que los moros, que eran muchos y muy fuertes, empujaron las huestes del conde tierra adentro y Gifré y Tallafero iban retrocediendo, bien confiados que al llegar al valle del Tec encontrarían el caballero Gentil, que, con la host que habría podido reunir a los agricultores los iría a ayudar, y entre todos podrían detener el empuje arrollador de los sarracenos, que, como un alud de fiera impetuosa, iban avanzando. Las esperanzas resultaron fallidles, pues por ninguna parte no compareció ni el nuevo caballero ni la host que habría podido reunir.

El conde Gifré, que se había dado cuenta de los ojos de enamoramiento con que se miraban su sobrino y la pastorcilla que había acudido a presenciar la ceremonia de su armamento, se temió lo sucedido. Furioso, trepó hasta el lago donde llegó al preciso momento que la joven y galán pareja se disponía a unirse en solemnes esponsales. Guifré, loco de ira al ver que Gentil se había dejado seducir por el amor en momentos tan graves para la liberta de la tierra, sin saber lo que se hacía se abalanzó encima de su sobrino y el empujó hacía el precipicio . Griselda, toda asustada, mandó a sus vasallas que corrieran a buscarlo al fondo del abismo. Un grupo de encantadas cumplieron la indicación de su reina y llevaron el cuerpo del pobre caballero muerto a causa de la caída.

Afectada por tan grave suceso la reina Griselda se sintió tal herida, que decidió morir. Encolerizada, levantó el vuelo, y huyó seguida de todas sus hijas. Nunca más se ha sabido nada de ella hay ha visto ninguna más encantada por todo el Canigó.

Gifré mandó al pequeño grupo de gente que le restaba que tocaran el cuerno desde y allá y que lanzaran a los cuatro vientos los sonidos más fuertes y agudos que pueda aislar, llamando a la gente para que se apresuren para defender la tierra de la furia musulmanes. De todas partes van venir campesinos armados, dispuestos a luchar contra los moros. Reunió un fuerte ejército y corrió a buscar a su hermano para ayudarle.

Fue el caso de que, mientras él había ido en busca de Gentil, Tallaferro, con la poca gente que le quedaba, había reaccionado, tomando ventaja a los moros y los había retenido con tanta furia, que, por miedo, emprendieron el retroceso hasta Argeles, bien dispuestos a volver a embarcar. el conde, que les adivinaba las intenciones, destacó un pelotón de sus guerreros más valientes, conocedores de los caminos, ganaron ventaja a los sarracenos, y llegaron a la playa primero que ellos, donde prendieron fuego en las galeras moras. Cuando los desechos del ejército árabe llegaron a la playa para volverse hacia su tierra, se encontrar las naves encendidas. el conde Tallaferro, que con su gente los seguía muy de cerca, les cayó encima sin dejar ninguno vivo. La victoria no podía ser mayor. Ni una sola media luna pisaba el suelo de la patria profanada.

Pasadas las angustias de la lidia, Tallaferro quiso abrazar a su hijo. Ignorando que no había tomado parte en la lucha, preguntó a su hermano como  había luchado y si había hecho buen honor a las armas que le habían sido confiadas apenas al empezar la guerra. Gifré, aturdido, no sabía cómo explicarle que él, en un momento de ira, le había precipitado hacía abajo. Temía la indignación de su hermano y también haberle declarado lo que había pasado. No pudo evitar, sin embargo, la confesión de la verdad y lo hizo con el corazón temeroso. El conde Tallaferro, con los ojos llenos de lágrimas por la pérdida del hijo, que tanto amaba, abrazó su hermano, pues a pesar de todo, pensó más en él el gozo del deber y el triunfo sobre los moros, que la pérdida del hijo.

El conde Gifré quiso expiar para siempre su crimen y en la fraude entonces más agreste y emboscada del Canigó fundó un monasterio dedicado a San Martín, patrón de los caballeros. Se hizo abate con vida de penitencia. La condesa, esposa suya, bordó con oro y plata un mantel para la mesa del altar, que se han conservado casi hasta nuestros tiempos.

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