Cuentan que una vez el heredero de la casa más rica y hacendada de Vincà se enamoró de una mujer de agua. A ella también le gustaba él, y convinieron en casarse. Como el muchacho era el heredero, ella tuvo que ir a vivir a casa del marido. La Goja aceptó poniendo a su esposo sino una condición: que nunca, ni por nada la tratara de mujer de agua. El matrimonio vivió muy feliz y tuvieron tres hijos. Y nunca nadie hubiera dicho que aquella mujer había estado, o era aún, una Goja, por cuanto en nada era diferente de las otras mujeres.
He aquí, sin embargo, que un año que había una cosecha de trigo muy abundante y tan rica como nunca se había vista hacia semejante, a primeros de Mayo el marido tuvo que ir a Perpiñán. En cuanto se fue, la mujer llamó a los mozos y los mandó a toda prisa sentaran el gran trigal que campeaba por los inmensos campos que habían heredado. Los sirvientes se quedaron sorprendidos, puesto que el trigo era verde, que no se podía aprovechar ni un grano y todo se debería tirar. El ama hizo uso de su autoridad y repitió imperiosamente el mandamiento, que todos los sirvientes cumplieron espantados.
Cuando el marido regresó y encontró todo el trigo segado, se desesperó y se indignó tanto contra su mujer, que, sin acordarse de lo que le había prometido cuando se casaron, le dice airadamente: << Ya no deberías ser mujer de agua >> Así que hubo dicho estas palabras, su esposa desapareció por los aires y en un momento la perdió de vista. Al poco rato apareció una nube tan oscura y espesa, que en pleno día parecía talmente que fuera de noche. pronto desencadenó una tempestad y una pedregada terrible que no dejó ni una sola espiga y arrasó todas las cosechas. Entonces el agricultor comprendió que su esposa había hecho bien. como mujer de agua que era, conocía las cosas del agua, y previó la gran tempestad que se acercaba y el estrago que haría. Como medida de sabia prudencia y de buen gobierno había considerado preferible segar las espigas para poder aprovechar la paja, aunque tuviera que tirar el trigo, antes de perderlo todo. El marido estaba muy arrepentido de haber ofendido a su mujer.
Deseoso de que su esposa volviera al hogar conyugal, el agricultor subía al Canigó y buscaba los parajes más frecuentados por las hadas, a fin de ver si la encontraba o si en veía alguna otra que le pudiera dar razón. Nunca vio ni una para que le ayudara. He aquí que un día reparó que sus niños iban muy bien peinados y ordenados. Les preguntó quien los iniciado y contestaron que cada día los iba a ver su madre y los lavaba y vestía y los peinaba con un pintó de oro. El padre les dijo que le pidieran, sobre todo, que no se fuera y que quedara en casa con ellos. Los pequeños así lo hizieron, pero la madre no les escuchó. los vestía, los lavaba, los peinaba; los besaba y volvía el día siguiente. El padre les aconsejó que mientras los peinara le clavaran una aguja que uniera sus faldas con los vestiditos de ellos, a fin de que no pudiera escapar al ver que estaba ligada con los hijos, y que entonces el llamaran a él. Los niños así lo hicieron. La madre, pero, al escuchar que los niños llamaban el padre, huyó corriendo, haciendo seguir a sus hijos. El marido no supo nada de ellos. Y así quedó sin esposa y sin hijos.